La Vanguardia, 28 de marzo de 2011
"Mi sordera escondía una bendición"
Tengo 78 años. Nací en California. Estoy casado, mi mujer es sorda, pero no mis dos hijos. Soy presidente emérito de la Universidad Gallaudet en Washington, miembro del Partido Republicano: he servido a dos presidentes como vicesecretario de Educación Especial.
Superación
Algún día harán una película sobre su vida (Momentos decisivos, editorial Octaedro): la historia de un niño inmigrante pobre que se queda sordo a los once años y por primera vez en su vida pisa una escuela, una escuela de sordos. Esa oportunidad bien aprovechada lo llevó al gobierno de EE.UU. y a liderar grandes cambios para ese colectivo. Fue de las primeras personas sordas en obtener un doctorado y el primero en dar un discurso en lengua de signos en la ONU (1981). Ha conseguido programas de apoyo para sordos en todo el mundo: "Los logros de EE.UU. deben extenderse por el mundo". Está en Barcelona invitado por la Asociación de Padres y Madres de Niños Sordos.
Eramos inmigrantes mexicanos. Vivíamos en un campamento de jornaleros sin papeles en lo que hoy es el Silicon Valley, en California. Mi padre estaba enfermo del corazón. Mi madre no era feliz.
¿Por qué?
Las barracas de los campos parecían cajones, a menudo no tenían ni techo. Toda la familia recogía fruta y verdura. Un día, cuando tenía ocho años, mi padre se subió a un árbol para sacudir las ramas más altas y cayó fulminado. Tenía 48 años. Jamás me había sentado en su regazo ni había mantenido una conversación con él, pero su pérdida fue lo más significativo de mi infancia, no fui capaz de superar la angustia hasta la muerte de mi madre 54 años después.
¿Su madre se hizo cargo de todo?
Sí, de sus ocho hijos. Llegaba muy tarde por la noche, cuando ya me había dormido, y se levantaba a las cinco de la mañana para ir a coger verdura, antes de que me despertara. Los fines de semana limpiaba casas y por la noche hacía canguros. Apenas la veíamos.
Qué vida tan dura.
Era una mujer fatalista que afirmaba que las dificultades de la vida eran voluntad de Dios. Discutíamos, yo le decía que las personas podían ser dueñas de su destino.
Y así ha sido en su caso.
A los once años, por las condiciones tan insalubres en las que vivíamos, contraje una meningitis. Un día me desperté sordo.
¿Cómo se adaptó?
Fue duro. No quería que la gente supiera que era sordo, su compasión me avergonzaba o me enfurecía. Pero hubo otras consecuencias sorprendentes: mi sordera escondía una bendición, ya que me concedió unas oportunidades que mis hermanos no tuvieron: ninguno fue a la escuela.
¿Tuvo que abandonar su casa?
La escuela de sordos estaba a 800 kilómetros. Veía a mi familia una vez al año. Muy asustado, me subí a un tren con una tarjeta que colgaba de mi cuello, con mi nombre y destino. El viaje duró dos días, no tenía dónde dormir; la policía me encontró y me permitió dormir en la cárcel.
¿Qué tal se adaptó en la escuela?
Algunos profesores no esperaban gran cosa de los niños hispanos, así que me apliqué. Aquel era un mundo nuevo: gente que me atendía, cama propia, buena comida. Deseaba tanto que me aceptaran que a menudo la emprendía a puñetazos.
Somos así de contradictorios.
En cuatro meses aprendí el inglés y la lengua de signos y pude comunicarme. La sordera abrió mi vida a nuevas experiencias, pero añoraba a mi familia, la primera Navidad fue durísima, todas las noches reprimía mis lágrimas porque mi madre me había dicho que no llorara. Desde entonces sufro de rigidez en el labio superior.
Se convirtió en el mejor estudiante.
Aprendía todo lo que estuviera a mi alcance con tal de que me dieran una palmadita en la espalda. Estaba muy motivado. Un día me enteré de que al primero de la clase lo llevaban a cenar y al cine. No puede ser tan fácil, me dije –piense que yo a los cuatro años ya trabajaba...–. Desde ese día fui al cine cada mes.
¡…!
Hubo otro acontecimiento que cambió mi forma de pensar acerca de mi identidad: un compañero de la escuela me invitó a pasar un fin de semana en su casa, sus padres también eran sordos: sordos, cultos y ricos.
¿Qué significó para usted?
Entendí que los sordos también podíamos triunfar, y ver que compartían información y sentimientos en lengua de signos me abrió los ojos. Me gradué precozmente con quince años con el descabellado sueño, en aquel entonces, de ir a la universidad.
Y llegó a doctorarse.
Eso fue lo más difícil, por ser sordo no me aceptaron en alguna universidad; ha habido que luchar mucho.Yo me sentaba en clase y no entendía nada, pero culminé con éxito el doctorado estudiando entre oyentes sin ayudas técnicas ni intérpretes de signos.
¿Por qué decidió meterse en política?
Era la única manera de cambiar las leyes para mejorar la vida de las personas con alguna discapacidad. Ha sido una lucha continúa. Siempre he querido hacer visible la lengua de signos, así que en una reunión de gobierno con Bush padre le dije al intérprete que se pusiera junto al presidente, pero aparecieron los de seguridad y dijeron que el intérprete debía alejarse.
¿Y?
¡Ni hablar!, les dije, yo necesito ver la cara del presidente mientras habla y las manos del intérprete. Mentira, pero así se hizo. Desde aquel momento todos los intérpretes se sitúan junto a los oradores en actos políticos y públicos. Hoy la lengua de signos es la cuarta lengua de EE.UU.
Ha sido muy perseverante.
¿Cuál ha sido mi secreto? Empuje interno. En EE.UU. tenemos una asociación nacional de profesores para sordos que se creó en 1843. Durante 125 años todos sus presidentes han sido personas oyentes. En una reunión con los responsables les pregunté: ¿por qué nunca han elegido a un sordo como presidente?... Nunca se ha presentado ninguno, me dijeron. Me presenté y gané.
¿Qué merece la pena en la vida?
Tener un buen sentimiento hacia ti mismo; se lo dice un sordo hispano de origen pobre. Con motivación y objetivos la vida se abre.
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